No importa mi nombre, podría ser cualquier niña, pero me pueden decir Trini. El 11 de septiembre de 1973 yo estaba por cumplir los 6 años. Mi papá trabajaba para el gobierno de la Unidad Popular y la familia vivía en una casita modesta, arrendada en Las Condes. Me encantaba leer, cantar y bailar mirando Música Libre.Ese día, cuando empezaron a salir en la televisión las imágenes del bombardeo de La Moneda, recuerdo claramente mirarlas y pensar: “Esto no es una película, esto está pasando de verdad.” Recuerdo nítidamente cómo la cámara seguía a un fotógrafo que caminaba en medio de la balacera y reflexionar para mis adentros: “Si recibe una bala, esto no va a ser de mentira.” Quedé aterrada frente a esa idea. A partir de ese día “la Trini” se transformó en una ausente en mi propia vida; pasó a ser “Fulana de Tal” y nunca más nadie escuchó su voz. Como tantos otros, tuvo que encerrarse a sí misma dentro de un baúl con doble llave, por miedo, por dolor, por seguridad. Me transformé en un ente, e incluso cuando río y bailo, nunca río ni bailo del todo porque no está conmigo “la Trini”.